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Laura Cáceres, la piba que le ganó al algoritmo

Pilarense de 22 años, se enfrentó a la más popular aplicación de delivery. Primero, integrando una red para reclamar mejores condiciones de trabajo. Luego, al lograr su reincorporación cuando la bloquearon en castigo por su lucha. Detalles de una historia para reafirmar que el que abandona no tiene premio.

Sociedad - Pilarenses con Historias 16/07/2021 Augusto Fernández Díaz
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"Poné que soy correntina y viví en una villa". A Laura Cáceres el gen de luchadora la identifica en cada cromosoma. Acaso sea porque la peleó desde siempre, en condiciones que no son las que elegiríamos si pudiésemos hacerlo cuando nos traen al mundo. También porque, así y todo, no le faltaron ejemplos de no claudicar en el intento por estar mejor. Segunda en la escala de cinco hermanos, desde muy chica vio como su madre, sola, se las arregló para darles lo necesario a sus hijos. En ese camino estuvo también el desarraigo: abandonar la provincia natal rumbo al Gran Buenos Aires, buscando la salida a esos laberintos de subsistencia diaria que, no pocas veces, no terminan de desenredarse nunca.

Con 12 años, Laura reinició su historia en Presidente Derqui, no con pocos desafíos. Nunca conoció a su padre pero se adaptó a convivir en una nueva familia ensamblada. Terminada la escuela entró en el CBC de Abogacía, pero tuvo que abandonar para comenzar a aportar dinero al hogar. Los conflictos de convivencia y su orientación sexual -que su madre no terminó de aceptar- hicieron mella en el vínculo familiar y aceleraron la emancipación.

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Parar la olla para una chica de 22 años con secundario completo, en un país que se acostumbró a las crisis y a la vez alumbró inagotables variedades de precariedad laboral, no supone una tarea sencilla. No lo fue, pero se las arregló. Pasó por varios de los "puestos fijos" para la juventud que arranca en el mundo del trabajo: fue mesera en bares, limpió casas y atendió comercios. Hasta que, poco antes de la pandemia, abrió por primera vez la puerta de la actividad que es cada vez más la entrada al mercado laboral de la juventud de estos tiempos: las aplicaciones de reparto.

Rápida incorporación, dinero inmediato, pocos requisitos, y una cuarentena por delante en la que un servicio hasta la puerta de casa era considerado esencial: ¿Qué podía salir mal?. Pero con el correr de las semanas con más de la mitad del día en la bicicleta, Laura comenzó a comprender que el trabajo flexible siempre se doblaba para el mismo lado y que lo aleatorio del algoritmo siempre terminaba en el mismo lugar: más horas de pedaleo y objetivos cada vez más exigidos, todo para evitar bajar puntos en una especie de ranking-oráculo que todo lo rige: cantidad de pedidos recibidos, turnos para habilitarse y poder trabajar, dinero ganado por cada pedido... una especie de convenio colectivo unilateral aplicado por una inteligencia artificial indescifrable. Pero que cada vez exigía más.

Ante eso, Laura -junto a varios en su misma situación- decidieron plantarse. Armaron dos colectivos, la Red de Trabajadores Precarizados y la Asamblea Nacional de Trabajadores de Reparto, para comenzar a reclamar ser considerados trabajadores -y no monotributistas independientes asociados, como plantean las empresas- y, en esa línea, exigir mejores condiciones para trabajar: desde un extra para comprar alcohol en gel hasta una ART para chicos y chicas que se enfrentan durante horas al tránsito de las ciudades, con su cuerpo como carrocería. Para Laura, la respuesta llegó el 11 de septiembre pasado: la empresa de delivery para la que prestaba servicios, la uruguaya Pedidos Ya, la desvinculó bloqueándole su cuenta con el argumento de que no había entregado dos pedidos a los usuarios dentro de un tiempo prudente y en condiciones.

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Pero en su menú de opciones no estaba resignarse a la decisión. Se conectó con abogados de distintas organizaciones y, respaldada por sus compañeros, inició el camino judicial para reclamar su reincorporación. Incluso rastreó a las clientas a las que supuestamente había incumplido su entrega para que le salieran de testigos. Lo consiguió. Después de meses de reunir pruebas y realizar presentaciones, en abril de este año la jueza Rosalía Romero del Tribunal Nacional del Trabajo N° 71 ordenó su reinstalación. La firma se demoró tres meses más para desbloquear el usuario.

Laura así logró recuperar su trabajo, y mucho más que eso. Pudo comprobar que no había incumplido sus objetivos y que, detrás de un bot inalienable, en realidad hubo personas de carne y hueso que la cancelaron por haber reclamado sus derechos, y los de otros trabajadores. Logró sentar un precedente que puede cambiar la historia de la actividad de delivery por app, ya que desde ahora tendrán jurisprudencia para exigir ser reconocidos como trabajadores y no "socios independientes".

Pero sobre todo, y fundamentalmente, en tiempos donde la vida diaria se puede transformar en lucha, la historia de Laura Cáceres es inspiración para, venga la que venga, no bajar los brazos. En definitiva, en este juego, el que abandona no tiene premio.

Conocé los detalles de esta historia en el video:

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