Vivir sin aire, morir sin aire: el desgarrador relato de una enfermera pilarense en la primera línea contra el Covid

Daniela Grassi enfrenta la pandemia en dos hospitales locales, y también la enfrentó en su propio cuerpo. Desde una guardia Covid describe el escenario de guerra que se vive a diario en Pilar. Y advierte: "Intubamos tres o cuatro pacientes por día".

Sociedad - Pilarenses con Historias28 de abril de 2021 Augusto Fernández Díaz
daniela grassi foto apertura

Le falta el aire. Se esfuerza por encontrar una bocanada fresca debajo de esos dos barbijos y la máscara plástica que su rostro sostiene hace más de doce horas. Respira desesperada, como saliendo de la asfixia, en esos minutos que se ocupa en quitarse un equipamiento contaminado para ponerse otro estéril. Y, más que por respirar, se debe preocupar de no saltar ni un paso del protocolo o podría contagiarse. Y contagiar. La alienante rutina se repite a diario, varias veces, en un loop que parece no terminar de girar nunca.

Les falta el aire. Tanto que ya no pueden respirar solos. La infección les acaparó los pulmones y no deja pasar el oxígeno. Mueren si no se hace algo. A veces alcanza con corticoides y mascarilla. En otras, el aire, para entrar, debe hacerlo con la fuerza de la mecánica. Y es el momento de intubar. Primero, una última videollamada con su familia. O la última caricia del que, con más valentía, decide arriesgarse visitando a su ser querido en un campo minado viral. A veces, ese posible último contacto con otro ser humano es solamente con profesional que está por sedarlo. Escenas que le sacan el aire al más curtido. Médicos y enfermeras con décadas de trabajo no aguantan el castigo emocional, y se esconden en un rincón para llorar. Finalmente, la anestesia y la asistencia respiratoria. De ese cuadro sólo vuelven los más fuertes. Son pocos.

Aire para vivir. Los días de Daniela Grassi, por estos tiempos, se enfocan en buscarlo con desesperación. Para ella y para otros. Es enfermera en el sector Covid del Hospital Universitario Austral, y en el nuevo Hospital de Presidente Derqui. Allí, una de sus tareas, por ejemplo, es recibir a los pacientes con síntomas y evaluar si requieren quedarse en una cama o pueden seguir peleando a la enfermedad en sus casas. Por ahora, en los centros de salud se pueden tomar esas decisiones. No saben por cuánto tiempo más tendrán la opción de ingresar a todos los pacientes que realmente lo necesiten.

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Con el correr de cada hora se multiplica la demanda de todo. De equipamiento y de manos que lo operen. De camas y de personas que las atiendan. "Llegar al sector es mirar para un lado y ver pacientes intubados, mirar para el otro y ver pacientes intubados. En mis guardias estamos intubando tres o cuatro pacientes por día", advierte con angustia, en un intento -otro más- desesperado por llamar a la conciencia colectiva a extremar los cuidados para frenar el crecimiento desmesurado de los contagios.

Por las venas de Daniela corre sangre pilarense de máxima pureza. Al punto que en su árbol genealógico (es ahijada de su bisnieto) está nada menos que Lorenzo López, el primer alcalde que tuvieron estas tierras. Criada y formada como profesional de la salud en nuestro distrito, ingresó a trabajar al Hospital Austral desde que éste se fundó en el año 2000. Posteriormente también fue parte del sistema de salud pública municipal. Por sus manos cuidadoras pasaron miles de pacientes, que también son sus vecinos. A muchos los vio morir en manos de la enfermedad que trastocó el ritmo del mundo hace un año y tres meses.

Daniela es viuda y tiene cuatro hijos. Cuatro niños y adolescentes que crecieron varios años de golpe, a la fuerza, durante esta pandemia. Cada semana veían como su mamá les dejaba comida en el freezer para varios días, por si ella no volvía del hospital. Y cada noche, cuando regresaba, su hijo más chico celebraba que había "sobrevivido al Covid".

Esas interminables angustias se exacerbaron a su máximo posible cuando Daniela no pudo esquivar una de las tantas balas que le pasan cerca a diario. Cayó infectada por el Covid y se vio ocupando una de esas mismas camas que solía acondicionar para otros; requiriendo ese mismo oxígeno que a diario administraba en otros; masticando sin digerir ese mismo miedo a la muerte que cada día veía en los ojos de otros. El castigo físico se equiparaba al drama emocional de saber a sus hijos solos, al cuidado de la mayor con 17 años, y la ayuda de algunos allegados. En una enfermedad que aún se esmera por desafiar las certezas de la ciencia, la moneda de Daniela cayó del lado bueno. Y se recuperó. Y volvió al ruedo. A seguir enfrentándose con algo que ya conocía un poco más. A ayudar a otros a dar una lucha que ella misma tuvo que dar.

"Sentís de una manera tremenda que te falta el aire. Te duele todo, pero sobre todo te falta el aire. Y estás sola. Cuando me tocó internarme hacía diez días que estaba aislada, sin ver a mis hijos. Luego tuve que entrar al hospital sin saber si había sido la última vez que había podido abrazar a mis hijos. Gracias a Dios salí, pero mucha gente no sale. Hay que tomar conciencia. Todos queremos hacer nuestra vida normal pero no se puede. Esto no es un chiste", describe Daniela, entregando con generosidad su propia historia para ayudar a la conciencia colectiva. A comprender el límite en el que se juega la pandemia por estas horas. En un sistema sanitario que vive sin aire, para que menos gente muera sin aire.

Conocé los detalles de la impactante historia de Daniela Grassi en el siguiente video:

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